13/3/09

JOSE ESTRADA

El eco del frenon del taxi se escucho como a ocho cuadras. La gente se asomo a persuadirse del sonido, otros se preguntaban y a otros se les pasaba lo peor por la cabeza. El golpe daño la parte delantera del carro, una farola, parte del parabrisas, y los nervios del taxista. En cuanto al motociclista, estaba destrozado por el golpe, voló a casi cuatro metros y su conciencia estaba, desde el tercer microsegundo después del choque, muerta. Miguel, el taxista, le pasaba por su cabeza su familia y se proyectaba en la cárcel, de solo imaginárselo se le aceleraba más el ritmo del corazón y liberaba más adrenalina. Había acabado de llevar la última carrera de la mañana, después de una noche de rodar por las calles de casa en casa, de barrio en barrio y sin parar como el tiempo va a la par con su vida, para así después dirigirse a su casa y tomar un tinto, cambiarse de ropa, desayunar con sus hijos y llevarlos al colegio para luego devolverse a dormir y descansar; así terminaba otra jornada de trabajo, pero la realidad era otra, era una realidad llena de miedo y muerte, de personas escandalizadas, una fila de carros pitando y llenos de morbo. Álvaro, el motociclista, le paso toda su vida por la cabeza en tres microsegundos, solo respondía a movimientos involuntarios de reflejo de su cuerpo que nadaba en un charco de sangre.

Miguel también estaba muerto, sentado en su silla de conductor pasmado y pálido, mas frio que el que hacia esa mañana y reacciono como a cinco minutos después del choque, cuando las personas espectadoras del aparatoso accidente ya habían llamado a la ambulancia, la policía y el transito. En esto pensó Miguel cuando se le iba a ocurrir la idea de prender el carro y acelerar hasta su casa. Un minuto después de considerar la idea abrió la puerta desde afuera del carro y sintió perder las fuerzas para ponerse de pie y ver como estaba la víctima. Parecía que estaba peor que Álvaro en su charca roja. Sin embargo se valió de la fuerza de un cigarrillo que saco de su bolsillo derecho del pantalón y se retiro a una acera al otro lado de la calle para esperar su captura. No se le ocurría ver a Álvaro porque no sería capaz de soportar esa imagen en su cabeza por mucho tiempo, éste que parecía detenido, o mejor que no existía. Después de una bocanada de humo de un cigarrillo que también iba a morir, escucha los sonidos de la sirena de la ambulancia y sus palpitaciones otra vez se aceleran, y su mente se vuelve otro escenario de imágenes que van pasando rápidamente.

Termina su cigarrillo y se arma de valor para ponerse de pie pero siente un temblor en su cuerpo, como si estuviera tiritando de frio. Los doctores y enfermeros que se bajaron de la ambulancia pensaron que Miguel estaba ebrio por cómo estaba parado frente a ellos y como los observaba, con culpa y remordimiento, luego fueron a ver a Álvaro y se impresionaron por el charco de sangre que lo rodeaba, había perdido ya mucha sangre dijo uno de los doctores para un periódico amarillista de la ciudad, además la parte derecha de su cuerpo estaba con todos los huesos quebrados, profundas heridas abiertas producto del impacto y el parietal derecho fragmentado, esa fue la declaración del doctor. En cuanto a la policía, llego diez minutos después del accidente, abordaron a Miguel y lo bombardearon de preguntas, lo hicieron caminar por una línea para comprobar empíricamente que no estaba borracho mientras llegaba el tránsito para corroborar las pruebas de alcoholemia, de la cuales salió negativo.
Lo retuvieron mientras los forenses y médicos recogieron el cadáver de Álvaro y el tránsito hacia las mediciones para dar un informe final de lo ocurrido. En lo único que pensaba Miguel era en sus hijos, llegarían tarde a clases y no presentarían la tarea de sociales que les ayudo a hacer el día anterior. Ya eran casi las nueve de la mañana y los policías ya sabían quiénes eran las personas que protagonizaron el accidente en horas de la mañana. Miguel, que estaba en una estación de policía sin desayunar y con la misma ropa, sin ver a sus hijos, con la duda de saber a quién arroyo y tal vez retenido por más tiempo, y Álvaro, del cual le informaron a Miguel que había sido identificado como el profesor de sociales del colegio a donde van sus hijos.


Envigado, 23 y 24 de febrero de 2009.

1 comentarios:

Noelia A dijo...

Muy buen cuento, y muy bueno el final que le has dado.
Saludos