21/9/10

Presentación de la antología poética El vacío como llenura, por Felipe Agudelo Hernández

 
1.
Al preguntarles quiénes son, algunos de estos escritores, por eludir la infinita duda socrática, contestarán sin dudar con lo que hacen. Podrán responder entonces, soy ingeniero o químico farmaceuta, estudio el comportamiento de los humanos o castigo los errores que excedieron un límite, diseño imágenes para alivianar informaciones o informo crudamente. Pero hay otra parte de la respuesta. Lo que no sale de la boca pero se grita en la mente: puedo ser cualquier cosa pero vivo como poeta porque tengo en el alma, recordando a Lorca, un frío temblor de estrellas.

Han conocido una palabra. La han besado, la han escuchado gemir y han amanecido con ella. Después descubrieron que podrían fabricarlas. Construyeron un desvelo de palabras, tantas como para construir un desierto, una ciudad o una tormenta. Pero no bastaron. Se acabaron rápido, fueron malas amantes o no se dejaron poseer, y al final los dejaron con esa sensación de que se perdió lo que no se tuvo. Se han visto obligados entonces a permanecer en la inmadurez fatal de las adicciones; a cambiar su crecimiento por el juego de erigir un poema con unas piezas de arma-todo regadas en una habitación oscura; un juego que no siempre divierte. El poeta es un joven eterno con una mente que trasciende. 

Pero también han intentado salir de esas palabras. Han esperado que el viento se las lleve… Sin embargo sólo se ha llevado copias. Las palabras se reproducen, y, como se refería Paz a una amante desnuda, nos reparten en sus partes... Tal vez se fumen, se atomicen, o se condensen en la piedra arrojada al precipicio o a la cabeza del policía; pero siempre una se queda. Como los hijos que arrastramos pegados a una pierna, insistiendo en ser llevados a lugares prohibidos: a los entierros y al epitalamio, a la noche y a la alegría, a las misas y a las presentaciones de los poemas.
Tal vez botarlas no sea tan fácil porque siempre queda una que ha creado un lugar en el poeta, que ocupa espacio. Por eso el poeta, desde que decide serlo, se va llenando de bobadas o de cosas muy lindas, que va utilizando para el buen vivir o para violar al amor.

De repente todo se paraliza ante nosotros cuando notamos que le hemos cedido la vida a una palabra. Una mañana una palabra se asomó en el espejo y sólo vio la alegría de un humano exprimiendo una tristeza. Un día después volvió al cristal y lloró al notar que aún era demasiado humana.
  
2.
Cuidado poetas con las palabras, una palabra puede decir, no me sirve este humano, qué muera y que asistan sus humanos sinónimos a un funeral donde nosotras no vamos; y si vamos no lo hacemos de corazón; y si lloramos, lloramos lágrimas pero no tinta. O lo que sería peor, que digan, necesito un hombre para describirle la fuerza y la barba; o necesito una mujer con senos pequeños para completar un endecasílabo; y traernos al mundo cuando no quisiéramos, y que después  se ocupen criando otras palabras, pagando los servicios, ejerciendo profesiones políticas, científicas, o trabajos temporales en insultos o en una conversación amorosa. Nosotros seríamos, como escribe Diana Toro, juguetes en la penumbra; castigados por usar nuestro nombre en primera persona. Hibernaríamos como las ponemos a hibernar a ellas cuando se nos da la gana; y ellas con ganas de salir, a veces salen con lágrimas o estrujan el pecho como si hubiera una estampida en el corazón.
Cuidado con las palabras, que las palabras se parecen a los dioses, no se ven, no se mastican, no se acarician ni se golpean, y se muestran en íconos, en fetiches; pero están, en la vida, en el sueño o en un rincón sucio del mundo que hace parte del olvido.

3.
Como creyente de la libertad literaria, les digo, cuidado con confundirse de dioses, que esos son privados: cada cual tiene su dios y cada dios tiene su humano… así coincidan y reencarnen en un insecto ágil, venenoso y eterno, que, los que han profundizado en el tema, han llamado dizque un poema. Una mitificadora que hace parte de los 20 dice que lo más parecido a un poema es un espejo donde nadie se reconoce.
Y si la palabra se escapa de tus manos, mátala, tortúrala, que sentirás la satisfacción del asesino, la euforia del verdugo, así ella no muera ni sufra. Mátala, así sea, como dice en su Aquiles, David Jaramillo, la muerte del otro cuerpo donde muera el corazón.

Como Leo Loaiza, callas y vas cerrando el ataúd. Ustedes también lo buscan, y al encontrarlo, lo desean hasta la necesidad. Le pasa al poeta lo que a Lorena Madrid, que busca un silencio donde pueda gritar, antes de empezar un poema. Nos pasa ahora, y les pasaría a sus endiosadas palabras: buscarían también el silencio. Como lo buscamos después de escribir, cuando leemos o cuando queremos estar muertos por una noche o después de llorar…
En ese momento llegaría nuestro tan anhelado fin. Sería una masacre peor que las manías naturales, peor que la ignorancia de los hombres. Una sola muerte de esa masa chistosa y triste llamada humanidad… Pero paradójicamente, al final de todo y en el mismo papel, quedarían nuestras palabras.

Cuando salgan, cuando termine este orgasmo lento pero continuo, tal vez se irán sintiendo lo que yo sentí al leer este libro para presentarlo. Que cumple el criterio que le exigía Platón al poeta: la poesía debe ser, ante todo, ligera.

Felipe Agudelo Hernández
Manizales, 17 de septiembre de 2010

1 comentarios:

Alberto Ortiz dijo...

sólo con lágrimas puedo pagar este homenaje.
Yo sé que no es mucho la gratitud de un poeta (para el casoy más si no es bueno, o por lo menos conocido). Pero son las personas que se atreven a comentar como vos, los que hacen más maravillosa la tarea de cantarle a la vida.

Un saludo caluroso y poblado de gratitud a vos y a tu tocayo.
(David Ignacio Jaramillo)