3/9/08

Todos los viajes a casa son diferentes, todo empieza con levantar el dedo y ya, una buseta frena y abre la posibilidad de moverme sin moverme, de avanzar en el delirio de las personas, de observarlas en sus disposiciones más ignotas, en sus palabras más fugases, no recorro calles, recorro personas que hacen la calle, que la mueven, la desdoblan y la espantan.

No hay un día en que el calle sea el mismo, aunque la ciudad siempre sea la misma, todos salimos cargados, unos con cuadernos y libros, otros con vaginas y penes, con mangos, salimos, sí, pero comenzamos a entrar en la carga de otros, así una mujer puede cargar, sin saberlo, la expresión más tierna y triste, pero entramos, sin permiso recorremos su ternura y su tristeza hasta que podemos decir que esa carga también nos pertenece y decidimos entonces cargarla. ¡Maldito soy yo que me permito cargar placebos! Maldito soy yo que recorro las calles y decido que cargar mientras otros no. De entrar y de salir se dibuja la calle, de entrar y de salir se dibujan los muertos, los automóviles, los niños en el parque.

Salir, ya estoy fuera de la buseta y dibujo mi segundo trazo ciudad, y mientras camino dibujo, pienso en cuantas personas en este momento están haciendo lo mismo, absolutamente todos al unísono construyendo una forma efímera pero permanente en un patrón de quietud, Manizales, patrón de quietud, cuantos seres moviéndose para que al anochecer todo siga lo mismo, para que una semana después todo sea lo mismo, sí, Manizales.

Mi itinerario de viaje, una cuadra arriba del Inurbe, esquina, zambullirse en la galería, comenzar a descender en rostros, cada vez más abajo y allí los rostros de la no oficialidad, de lo no legitimo y por lo tanto de lo verdadero, rostros aporreados en medio de frutas frescas, la galería de las imágenes verdaderas, una vez aquí la imagen es viva escurridiza y peligrosa pero no falsa, dos cuadras arriba de los pabellones de carne, una vitrina perfectamente dispuesta deja ver puentes y dientes dispersos por el azar que dispuso la fuerza de la mano de un dentista, los dientes y cajas postizas se reflejan en dos vidrios colocados en cada lado de la vitrina en forma triangular y he ahí la instalación perfecta, miles de dientes proyectados en mi ojo, si subes un poco la mirada encontraras el autor , el artista, un hombre viejo con un uniforme verde sentado en la soledad de su consultorio, casi inmóvil, tal vez me ve a través de sus gafas oscuras, o tal vez no, ese hombre define su vida en una profesión obsoleta, y eso me basta, yo me puedo ver en él, y de esta manera él me ve, me ve cuando me muestra uno solo de sus dientes.

Y así paulatinamente todo se ofrece, las imágenes salvajes haciendo recorridos momentáneos, el falo de Bolívar oficialmente ausente de la escultura en bronce al lado de la catedral insinuándose casi satisfecho en la versión que el lumpen hace de él, un recorrido de 7 minutos me demuestra que el pene de Bolívar , no está siendo devorado por los feligreses en la comunión del domingo, lo devora un hombre en la esquina del Bar Parrita cuando deja atrás la puta que llora y decide matar a otro hombre, lo toma doblegándolo fácilmente, se sienta sobre él y de una de sus manos sale la lamina que hace un recorrido pendular incrustándose en el cuello del que ahora agoniza inevitablemente , un dibujo de la calle que inmediatamente se borra para dar paso a la ciudad, Manizales, Bogotá, Medellín, Ibagué, todas disuelven la movilidad, en todas ellas se cercena el pene de Bolívar , en todas ellas se deja el pene sin ideas y a la libertad sin reproducción.

1 comentarios:

Altobelli dijo...

¡¡¡Excelente reflexion!!!