29/11/08

Y como surgir. Omitir un punto y cambiar el sentido de todo, así un camino que termina. Quiero comenzar por buscar antiguos zapatos, y una vez encontrados, comprehender los inevitables sucesos de los hombres a través de su destino de objeto olvidado, busco zapatos viejos, busco residuos de pies de infante, de mujer soltera, busco los pies de mi papá en uno de esos zapatitos que me encuentro por ahí, los piececitos infantiles de mi padre recorriendo los patios de su infancia, patios de leña y humo, de obscuridad y silencio, patio de vela de cebo. Patio. Mi padre.

Ayer por ejemplo encontré una sandalia azul agua marina en un anaquel escondido.

Y, ¿Por qué no comprender los inevitables sucesos de los zapatos a través del destino olvidado de los hombres? Atreverse a decir que la peor pena de un zapato es terminar en un pie cárcel porque el zapato deja de ser zapato para luego convertirse en nosotros, tu, Martín y Laura confesando historias en una bicicleta que rueda por un antiguo camino de verano, el viento pasa seco por una maraña de cabello rubio, Laura y el viento alterado y confundido por la difícil y excéntrica forma del objeto que recoge su cabello, una miel envasijada que toma dinamismo. Vasija que se abre, cabello que se desparrama, cabellos que envuelven hierros, ruedas, cabellos que envuelven a Martín y a Laura.

Tal vez por eso me suelo enamorar de mujeres que declaran un horror pasmoso ante los gatos, de mujeres que lloran en el baño porque piensan que su cabello es un gato, ese gato negro prodigioso sentado en la infalible cabeza.

Te puedo ver desde un balcón, para ser más preciso, desde el balcón solo veo la línea que parte tu cabello en dos mitades desiguales.

0 comentarios: