20/4/10

Diego A. Gonzalez


La sombra y el árbol

Caído sobre las páginas de los arboles, mis respiración se hizo menos cadenciosa, desordenada arrítmica y agitada al punto de obnubilar mis ojos, la realidad se empezaba a desdibujar bajo el cloroformo de la cotidianeidad, empecé a sentir la falta de apetito por las cosas y sus reflejos, las piedras eran almas y las almas era nubes. Tendido sobre un montículo de un árbol talado en la mitad del bosque empecé a sentir la falta de oxigeno, los sonidos se hacían evidentes y su inmensidad lejana, y no sabía si esta acostado equivalía a estar muerto.

Seguía tomando agua del vaso azul, mientras pasaban nubes llenas de agua con sentimiento de placer, en la distancia iban volando, grotescas y libres, abundantes y sublimes, ardían en su vuelo y en una milésima de segundo un pensamiento intruso trepano mi corteza asociativa y su realidad ya no era la misma, me burle de ellas! Me burle de la liberta! Ustedes son unas malditas esclavas, dije. Era una carcajada en silencio que volvía al silencio, incluso las odie con un cansado repudio, son esclavas del viento, de la voluntad de los dioses y de las plegarias de los agricultores, pensé, ustedes también son esclavas y por eso las odio, grite. Creí que eran libres, volaban para burlarse de las cárceles humanas, de la mísera conciencia humana, creí que su libertad estaba atada a las invenciones de su infinito, pero no, no son más que unas miserables esclavas, que vuelan quizá huyendo de la voz de amos invencibles.

Volví a mi desierto, una sombra lograda por una hoja que se anteponía a un rayo de sol golpeo mi cara, ¿por qué la sombra!, será que se anuncia la noche tenebrosa o tan solo es un efecto del viento?, suspire en la mitad de un pensamiento, las ideas corrían vagan por mi cabeza, nubes de polvo y piedra atravesaban corriendo mi cerebro, mientras el polvo dejaban tras de sí algo de viento. No puedo decir pensamiento, puesto que mis ojos ya no están puestos en la nube lejana, ahora una parte de mi conciencia se encargaba de la sombra, la noche. Es la noche! hizo un llamado agudo e inconstante a mi angustia...

La sombra y las nubes, las nubes y la sombra para ser justos, quería pensar de forma ordenada, quería sentir el rigor del método en mis sentidos, odiaba el desorden de mi rutina, un árbol y una sombrilla, un vaso cargado de zapatillas, una calle y su barrendero, todo llegaba a un punto de soliloquio, extremadamente absurdo y melancólico.

Los arboles y la tormenta, quería una conclusión, no podía seguir tendido bajo la sombra de ese árbol por ello cerré los ojos. Ahora todo cobraba sentido en un hermoso silencio, era mi noche oscura y bella y amada, que me prometía el fin de los días. Te amo noche oscura.

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